Friedman y la Dolarización

Una de las causas por las que más luchó Milton Friedman a lo largo de su carrera fue a favor de los tipos de cambio flexibles. En un famoso artículo publicado en 1953 argumentó que

Cualesquiera que hayan sido los méritos de este sistema en otras épocas, no se adapta a las condiciones económicas y políticas actuales. Estas condiciones hacen que un sistema de tipos de cambio flexibles o flotantes (tipos de cambio fijado libremente por negociaciones privadas en un mercado abierto principalmente, y, como otros precios de mercado, que varían de un día a otro) sea absolutamente esencial para el cumplimiento de un objetivo económico básico: establecer y mantener una comunidad mundial libre y próspera que participe sin restricciones en el comercio internacional.

A prima facie esto sugiere que Friedman hubiera estado en contra de la dolarización. Pero como ha señalado Sebastián Edwards en un artículo reciente, su recomendación estaba dirigida principalmente a los países desarrollados. Aunque visitó innumerables países, desde Chile a la India, Friedman nunca se especializó ni investigó los problemas que enfrentan las economías en desarrollo. De hecho, en el trabajo citado, Edwards demostró que la postura de Friedman fue mucho más flexible de lo que usualmente se piensa.

Remito al lector al interesante artículo de Edwards, que describe en detalle el pensamiento de Friedman sobre esta cuestión. En este post simplemente quiero destacar que Friedman consideraba que para ciertos países en desarrollo, en ciertas circunstancias, una dolarización o un esquema de convertibilidad eran la solución más adecuada.

En la concepción friedmanita, la dolarización no era más que la integración monetaria, es decir tener una moneda unificada. En su opinión había una diferencia fundamental entre los países avanzados y los países en desarrollo que tenía importantes implicancias en el diseño de la política monetaria: en los primeros los policymakers tenían como objetivo moderar las fluctuaciones del ciclo económico mientras que, en los segundos, alcanzar una tasa aceptable de crecimiento económico sostenido a largo plazo. Estas consideraciones lo llevaron a plantear una solución distinta al problema monetario.

Friedman explicó su postura en una conferencia que pronunció en Israel en 1972. El texto completo en inglés se encuentra aquí. A continuación transcribo los parráfos relevantes traducidos al castellano:

Estas consideraciones hacen que valga la pena contemplar la posibilidad de abstenerse de utilizar la inflación como método de recaudación tributaria. Me doy cuenta de que para la mayoría de los países subdesarrollados, esta es una posibilidad puramente hipotética, ya que ya están profundamente comprometidos con el uso de la imprenta como fuente de ingresos. Sin embargo, contemplar esta posibilidad tiene un propósito intelectual útil al proporcionar un estándar con el cual comparar la práctica .actual y, por lo tanto, un mayor grado de perspectiva.
La forma más segura de evitar el uso de la inflación como un método deliberado de impuestos es unificar la moneda del país con la moneda de algún otro país o países. En este caso, el país no tendría una política monetaria propia. Ataría, por así decirlo, su política monetaria a la cometa de la política monetaria de otro país, preferiblemente un país más desarrollado, más grande y relativamente estable.
Hong Kong es un ejemplo obvio. No tiene banco central, ni política monetaria independiente. Tiene una moneda muy ligada a la libra esterlina británica. A través de una caja de conversión, la impresión de papel moneda requiere el depósito de moneda británica en una proporción establecida. La cantidad de depósitos es entonces controlada indirectamente por la necesidad de los bancos de mantener depósitos convertibles en moneda.
Esencialmente, esto es también lo que hizo Estados Unidos en el siglo XIX, después del regreso al oro en 1879. Aunque técnicamente la moneda estaba vinculada al oro, podría describirse igualmente como unificada con la libra esterlina británica. Estados Unidos, en efecto, no tenía una política monetaria independiente. La cantidad de dinero en los Estados Unidos tenía que ser la suma necesaria para mantener los precios de los Estados Unidos en línea con los precios mundiales. De manera similar, esta fue la política seguida por Japón desde la restauración Meiji hasta la Primera Guerra Mundial.
Esa moneda unificada debe distinguirse claramente de un sistema que superficialmente parece muy similar pero que es básicamente muy diferente, a saber, una moneda nacional sujeta a control nacional pero vinculada a otros países por tipos de cambio fijos.
Por ejemplo, diferentes estados de los Estados Unidos, como Illinois y Nueva York, tienen una moneda verdaderamente unificada. Ambos usan exactamente el mismo dólar y no hay banco central en Illinois o Nueva York que pueda interferir con el flujo de fondos entre ellos. Si los residentes de Illinois compran más a los residentes de Nueva York de lo que los residentes de Nueva York le compran a Illinois, y si los residentes de Illinois financian sus compras excedentes retirando sus saldos de efectivo, entonces —despreciando todas las demás transacciones— la cantidad de dinero en Illinois disminuirá, en Nueva York subirá, y la caída de Illinois será precisamente igual en dólares a la subida de Nueva York. Aunque Hong Kong y el Reino Unido usan monedas con nombres diferentes, esencialmente lo mismo es cierto. Ellos también tienen una moneda unificada con una tasa de cambio fija entre ellos.
Tal moneda unificada es muy diferente de las monedas nacionales vinculadas por una tasa fija, digamos el dólar estadounidense y la libra esterlina británica. Hasta hace poco había un tipo de cambio fijo: según el breve acuerdo del Smithsonian, $2,6057 más o menos 21⁄4%. Pero también había bancos centrales en los Estados Unidos y el Reino Unido que podían interferir con el flujo de fondos. Si los residentes de los Estados Unidos convirtieran dólares en libras esterlinas para financiar un exceso de compras en el Reino Unido, el Sistema de la Reserva Federal podría evitar que esa conversión condujera a una reducción del stock monetario de los Estados Unidos, y el Banco de Inglaterra podría evitar que condujera a un aumento en el stock de dinero del Reino Unido— podrían “esterilizar” el déficit o el superávit, en la jerga que se desarrolló. Como resultado, el tipo de cambio era un precio fijo, no de libre mercado, y estaba sujeto a cambios sustanciales de vez en cuando.
Técnicamente hablando, una nación puede abstenerse de utilizar la inflación como método impositivo sin llegar a unificar su moneda con otras monedas. Una nación que logra desarrollarse y que mantiene sus precios constantes, o en línea con el nivel de precios en uno o más países importantes, requieren una mayor cantidad de dinero para igualar su creciente producción. Si unifica su moneda con otras monedas, ya sea a través de un intermediario como el oro, o de otra manera, el aumento en la cantidad de dinero tendrá que venir a través de un superávit en la balanza de pagos (definida para incluir todos los préstamos que devengan intereses pero no literal dinero). En cambio, el país podría aumentar una moneda nacional (es decir, usar la imprenta o la pluma del contador del banco central) en una cantidad suficiente para evitar tal superávit sin apartarse mucho de la trayectoria supuesta de los precios. El dinero nacional simplemente reemplazaría el flujo de moneda extranjera.
Si bien tal proceso es técnicamente posible, en las condiciones actuales es muy poco probable que se siga, al menos durante un período prolongado. El banco central puede seguir una política tan austera y abnegada durante un tiempo, pero es casi seguro que las presiones políticas, tarde o temprano, conducirán a demandas irresistibles para ir más allá, ya sea para la estabilización o para proporcionar fondos al gobierno. En consecuencia, concluyo que la única forma efectiva de abstenerse de utilizar la inflación como método de tributación es evitar tener un banco central. Una vez que se establece un banco central, es probable que la suerte esté echada para la inflación.
Si bien el uso de una moneda unificada está pasado de moda hoy en día, tiene muchas ventajas para el desarrollo, como lo indica su uso exitoso en el pasado e incluso en la actualidad. (De hecho, sospecho que la gran mayoría, aunque de ninguna manera todas, las historias de éxito del desarrollo han ocurrido con tal política monetaria o ausencia de política monetaria).
Quizás la mayor ventaja de una moneda unificada es que es la forma más efectiva de maximizar la libertad de las personas para realizar cualquier transacción que deseen. En segundo lugar, aunque los principales países son capaces de adoptar políticas que parecen imprudentes para muchos de sus residentes y para los economistas profesionales, es probable que tengan políticas mucho más estables y menos erráticas que los países en desarrollo más pequeños, nuevos y menos establecidos. Por lo tanto, es probable que una moneda unificada reduzca la posibilidad de una política gubernamental imprudente. Tercero, una moneda unificada asegura un grado máximo de integración del país en cuestión con el resto del mundo.
Por grandes que sean estas ventajas, el hecho es que pocos países están dispuestos a aceptar la disciplina de una moneda unificada y abstenerse de establecer un banco central. Así que paso a la cuestión de la política monetaria deseable, dado que la creación de dinero se utilizará como método de financiación del gobierno.

En conclusión, Friedman no se oponía a la dolarización. La consideraba como una solución aceptable para casos extremos, como el de la Argentina. Luego de pronunciar esta conferencia en Israel, Friedman fue invitado por el Congreso de Estados Unidos para dar su opinión respecto al funcionamiento del flamante régimen cambiario nacido de las cenizas del régimen de Bretton Woods. Parecía entonces que el mundo finalmente seguía sus recomendaciones.

Otro de los expertos convocados por el Congreso a opinar sobre el efecto del nuevo régimen de tipo de cambio flotante en los países en desarrollo fue el economista argentino Ricardo Arriazu, Director Ejecutivo Alterno y Representante de los países del Cono Sur en el FMI. Luego de la exposición de Arriazu, le tocó el turno a Friedman. Tuvo lugar entonces un debate entre ambos economistas que no sólo tiene interés desde un punto de vista histórico sino que además es muy relevante en el debate actual sobre la conveniencia de una dolarización para la Argentina:

FRIEDMAN: Con respecto al punto que acaba de señalar el Sr. Arriazu, permítanme decir de entrada, antes de pasar a mi propia declaración, que si bien he estado durante mucho tiempo a favor de un sistema de tipos de cambio flotantes para los países avanzado, nunca argumenté que ese es necesariamente también el mejor sistema para los países en desarrollo. De hecho, en abril del año pasado di una serie de conferencias en Israel que pronto se publicarán en forma de libro sobre el problema de las políticas monetarias para los países en desarrollo. Y en esa serie de conferencias argumenté que, probablemente en las condiciones actuales, la política óptima para un país en desarrollo es atar el tipo de cambio de su moneda al de su principal socio comercial en lugar de tener un sistema de tipos de cambios flotante. Así que creo que no hay conflicto entre la defensa incondicional de los tipos de cambio flotantes para los países avanzados y la creación de bloques monetarios de países más pequeños adjuntos a los países principales..

Al ser consultado Arriazu por el presidente del Comité sobre su opinión respecto a esta conclusión, contestó que consideraba inconveniente tanto desde el punto de vista político como económico que un país adoptara la moneda de otro.

ARRIAZU: Estoy muy de acuerdo con él [Friedman] en que si pudiéramos tener una moneda internacional, una moneda para todo el mundo, sería la situación ideal. Pero espero que no sea la moneda de un país en particular sino una moneda internacional administrada por autoridades internacionales.

Este comentario provocó otra pregunta del legislador: “¿Su objeción a la solución de Friedman es que implicaría una relación de amo-esclavo?”

ARRIAZU: Más que eso, Sr. Presidente. El punto es que incluso aunque pudiéramos usar, digamos, una moneda que no es la nuestra para manejar nuestros asuntos domésticos, el problema que tendríamos allí es que no tendríamos el mismo grado de libertad que tenemos ahora internamente. No es sólo una cuestión política, sino también una cuestión económica vinculada a los cambios de la cantidad de dinero a nivel doméstico. Y el tercer punto que me gustaría enfatizar es que si estamos atados a una moneda y usamos esa moneda como nuestra principal intervención y dinero doméstico, entonces en realidad tendríamos un proceso de ajuste que es muy similar al del patrón oro en el que los procesos de ajuste del sistema se harían mediante la deflación y la inflación doméstica. Entonces, además de las razones políticas, no estaría a favor de esta solución por razones económicos.

Friedman no dejó pasar esta objeción de Arriazu. Lo interesante fueron los argumentos que esgrimió y el hecho de que especificamente mencionara a la Argentina como un caso paradigmático que reforzaba su conclusión.

FRIEDMAN. Me permito comentar que lo que el Sr. Arriazu ha señalado como desventajas son en realidad ventajas. Toda la razón por la que es una ventaja para un país en desarrollo vincularse con un país importante es que históricamente hablando, las políticas internas de los países en desarrollo han sido muy malas. La política norteamericana ha sido mala, pero las políticas de esos países han sido mucho peores. Los vaivenes que ha tenido la política monetaria norteamerican no se podrían nunca comparar a los que ha sufrido la política monetaria argentina. Entonces, la razón principal por la cual la vinculación a una moneda importante sería una ventaja para la Argentina es precisamente que les evitaría adoptar malas políticas monetarias internas. [Los argentinos] tendrían menos problemas de ajuste simplemente porque nuestra política es más estable que la de ellos.
En cuanto al primer punto, Dios no permita que una moneda internacional unificada que sea administrada por un banco central internacional. Un banco central nacional sujeto a presiones políticas domésticas ha demostrado ser capaz de causar un enorme daño. Un banco central internacional sujeto a controles políticos poco efectivos, podría causar un daño mucho mayor, por supuesto que en realidad no lo haría, porque no hay ningún país importante en el mundo que aceptaría un banco central internacional influyera sobre su economía si no aprobara sus políticas. Entonces, afortunadamente desde mi punto de vista, creo que la probabilidad de una moneda administrada internacionalmentees es muy pequeña. Creo que hay una gran diferencia entre aquellos países que acepten tener una misma moneda –como lo hicieron con el oro en el siglo XIX– no sujeta al manejo de un grupo de personas, pero con una oferta limitada físicamente, y aquellos que acepten una moneda internacional. gestionada políticamente.

Arriazu luego cambió de opinión. No hace mucho tiempo atrás, se manifestó abiertamente a favor una dolarización, declarando ante un importante grupo de empresarios: “Es políticamente imposible dolarizar, pero es lo que habría que hacer.”

Emilio Ocampo
Emilio Ocampo
Profesor de Finanzas e Historia Económica

Universidad del CEMA